Definimos la capacidad de afrontamiento como el proceso por el cual la persona intenta “manejar” la discrepancia entre las demandas que percibe en la situación y los recursos de los que dispone o cree disponer, y que la llevan finalmente, a la valoración de la situación como estresante.
Por otra parte, nos referimos a estrés como la discrepancia que se produce entre las demandas de una situación determinada y los recursos que emplea el organismo para hacer frente a dichas demandas.
Este modelo es uno de los más reconocidos.
Según el Modelo de Afrontamiento de Lazarus, cuando una persona debe enfrentarse a una situación estresante se producen dos tipos de evaluaciones o procesos:
Evaluación primaria
Evaluación secundaria
Por lo tanto, los modelos actuales de estrés conciben la propia respuesta de estrés no como una consecuencia inevitable y directa de elementos universal e inequívocamente definibles, sino como un resultado de una delicada y continua transacción entre las presiones que uno percibe del medio (interno o externo) y los recursos de afrontamiento que uno considera disponibles y activables.
Es importante destacar que desde la psicología se han mostrado tres formas básicas de afrontamiento: el centrarse en la resolución de los problemas, el centrarse en las emociones y el centrarse conjuntamente en ambas.
Resolución de problemas
Emociones
Algunas de las estrategias que han demostrado ser eficaces son las siguientes:
¿Cómo es posible que algunas personas logren combatir las dificultades y adversidades que la vida les plantea mientras que otras se sientes desbordadas ante los contratiempos más pequeños?
Una mujer víctima de violencia debe ser capaz de desarrollar esta capacidad, la resiliencia.
El término resiliencia proviene de la física y hace referencia a la capacidad de resistencia que tienen algunos materiales a la presión, tensión o impacto, pero que pueden volver a recuperar su estructura original siempre que se fuerce a ello. Este concepto se ha utilizado en otras áreas como la medicina o la psicología, siendo formulado de la siguiente manera: supone un proceso de crecimiento en el que la persona es capaz de afrontar, avanzar y transformarse después de haber sufrido una situación traumática.
Una de las primeras cuestiones sobre las cuales se debe trabajar es hacer consciente a la víctima de la situación en la que se encuentra y de su propia condición de víctima.
La pérdida de la libertad progresiva ha ido dejando menos margen de acción a la víctima, quien se ha ido encerrando cada vez más en una situación opresiva, ignorando los indicios negativos iniciales o basándose en el supuesto de que el agresor cambiará de actitud. Es así de esta manera que ha ido perdiendo su libertad progresivamente, lo cual incluye su capacidad de elección.
Una mujer debe ser fuerte especialmente en el momento en el que ella tiene la mayor capacidad de elección, y esto es fundamental al comienzo de una relación, cuando las personas se encuentran en una fase de exploración mutua. En esta fase es importante detectar la capacidad de manipulación mental de la otra persona y el nivel de abuso psicológico que ya hemos visto en unidades anteriores.
Es importante aclarar que ninguna medida de apoyo profesional psicológico, social o legal logrará que la mujer pueda superar una relación violenta si ella no llega a una conclusión muy íntima y personal: la de no tolerar más un trato indigno, injusto y que no merece. La mujer debe tener coraje para aceptar su condición y también que el agresor no la quiere.
La víctima debe decidir por sí misma
Nadie puede tomar estas decisiones por la víctima, debe tomarlas ella por sí misma y debe encarar la realidad tal como es, comprender que es intolerable que la maltraten y que el amor no consiste en esto, una persona que te quiere no te trata de la manera en que él lo hace (no admite justificación).Esta píldora formativa está extraída del Curso online de Afrontamiento e intervención con mujeres víctimas de violencia de género.
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